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Mi experiencia con el Covid-19 / Capítulo 6: Agradecimiento


La Fe es la única puerta que conecta el mundo natural con el espiritual. Jesús describió este fenómeno con una simple frase: “Por tu Fe será hecho”, y le preocupaba muy poco si el creyente debía mover un pañuelo, o una montaña.


El virus fue un factor que inicialmente me había llenado de ANGUSTIA, pero esa tribulación sirvió para detenerme y revisar mi sistema de prioridades.


Luego vino el QUEBRANTO, y con la ayuda del Espíritu Santo pude encontrar las raíces de amargura que me mantenían atado a mis propios errores.


Después tomé las decisiones que hacían falta para devolverme del camino equivocado. Ese era el proceso de ARREPENTIMIENTO.


Y solo después de haber pasado por el fuego de la prueba obtuve la REVELACIÓN. Esta era tan sencilla como lógica: Dios no quiere Religión, sino una Relación.


Así llegué a entender la Ley de la MINISTRACIÓN: Si ya sabes quién eres... A quién y quiénes quieres… Tu felicidad cambiará de lugar; cuando la persona que ayudas obtiene felicidad, la tuya estará completa.

Habían transcurrido 5 días desde que me ingresaron y mi salud venía en franca mejoría. Observé que muchos pacientes, en peor estado que el mío, fueron enviados a sus casas para que terminaran allí su tratamiento. A mí no me daban de alta… Y cuando le pregunté la razón a mi médico tratante, ella me dijo: ¿Cuál es la prisa? Sigue haciendo lo tuyo… Y esa frase fue reveladora; era ese el deseo de Dios, y la razón por la cual debía permanecer allí un poco más, la misión no había terminado.


Ya no me quedaban Biblias Gedeón. Mi esposa las había hecho pasar, de 20 en 20, con cada comida que me enviaba. Entonces opté por escribirle al presidente de un campamento, para que me enviase de su depósito 200 ejemplares, y así colocar una en cada mano que estuviera dentro del hospital. Pero el depósito estaba a 60 km y no había gasolina, ni voluntarios para traer el cargamento.


Para entonces estaba vendiendo una casa de mi propiedad en Yaritagua. Llevaba más de un año en el mercado, y no había podido venderla. Sin embargo, en medio de la necesidad de traer las biblias, sonó mi teléfono y la llamada resultó ser de una compradora…


Dijo que había visto la casa por internet, y le había gustado, pero quería saber si yo aceptaría una Camioneta Sport Wagon, es decir, una Minivan como parte de pago. Mi corazón dio un salto… Yo sabía que Dios estaba en el asunto y la negociación solo fue por cumplir el protocolo. La señora estuvo de acuerdo con mis condiciones, y cuando me dijo donde vivía, supe que el negocio estaba hecho:


Su casa estaba a pocas cuadras del depósito de las Biblias.


Los tiempos se dieron, y Dios me mandó las 200 Biblias a bordo de mi propia camioneta, y no una cualquiera; sino la que siempre había querido, del modelo que la había soñado… Porque yo anhelaba un auto familiar, de buena línea, cómodo y espacioso, que no solo me sirviera para mis asuntos personales, sino que tuviera el espacio y la capacidad necesarias para el trabajo comercial.

De esa forma el primer encargo que hizo mi nuevo vehículo, fue el negocio más noble de todos: EVANGELIZAR. Demostrando que, si tú te encargas de los negocios de Dios, Él se encargará de los tuyos.


Mi estadía en el hospital se extendió por 8 días, y la mayoría de los hermanos covid habían sido dados de alta. Sus camas fueron ocupadas por nuevos enfermos, a los cuales, apenas llegaban, los abordábamos y calmábamos con amor, información, sábanas limpias (muchos llegaban sin estar preparados), y para su salud, una cápsula de supervivencia: La Biblia.


Faltaba media hora para que hiciéramos nuestro Servicio nocturno. Era la noche del octavo día y sentí que debía compartir un rato con el personal de salud; esas personas que cumplían guardias de 8 días enteros, sin salir del hospital, arriesgando sus vidas para salvar las nuestras.


En la mañana me habían regalado un frasco de mermelada y un paquete de galletas. Así que tomé la dulce ofrenda y me acerqué a la Sala de Guardia.


- Buenas -dije abriendo la puerta- ¿Cómo están los Héroes de la Salud?

- Epa Gentile -dijo una enfermera- ¿Qué pasó?

- Hoy todo está muy bien, puerto en calma… Traje la merienda.


Hubo una sonrisa generalizada y a los pocos segundos debatíamos sobre quiénes estaban haciendo caso a las indicaciones, y quiénes no. Disfrutaba la galleta sabiéndome rodeado de estos seres que, obviando su pírrico salario… se sacrificaban con tanta espontaneidad para sanar a personas que quizá nunca más volverían a ver.

- Saben… Quiero darles las gracias, han sido ángeles para todos los que estamos aquí. Dios les pague su peso en Gloria.

- Tranquilo Marquito – dijo mi doctora-, si no es para ayudar… ¿Para qué estamos?

- Nada más cierto. Pero yo quise decirles personalmente.


Ellos se miraron, hicieron un gesto de aceptación y siguieron comiendo.


- Marquito, mañana temprano te vas… -dijo la doctora.


Para mi la frase fue impresionante, la verdad no sabía qué hacer con ella, si alegrarme, si entristecerme… Y quedé inmóvil tratando de comprender mi inmovilidad.


- ¿Qué pasó, no te quieres ir?

- Sí doctora, pero como tenía días sin decirme nada después de las revistas…

- Bueno, ya sabes, te tienes que despedir de tu gente.


Sus palabras calaron muy hondo en mi espíritu, ella consideraba que era “mi gente”. Para los doctores yo era una especie de Pastor en el hospital. Todo engranaba. Justo como me habían descrito las cualidades de la Voluntad de Dios: Buena, Agradable y Perfecta.


Y entendí, en espíritu, las palabras de Job: “De oídas te había oído, pero ahora mis ojos te han visto”.


Regresé a la colmena pensando en que este sería el último Servicio con mis compañeros, mi última prédica, en un lugar que el tiempo detuvo, solo para que tuviéramos la oportunidad de ver a Dios cara a cara.


Creo que me sentía triste, sí, indudablemente era un cuenco de tristeza. La burbuja se rompería y saldría al mundo normal, donde “el sol sale para todos”, pero pocos agradecen al ver un nuevo amanecer.


Era posible que yo volviera a ser el mismo; un trabajólico menesteroso cuya Fe se viera opacada por su propia agenda. De eso hablé sin tapujos aquella noche. Y terminé pidiéndole a todos que al salir del hospital tratáramos de vivir agradecidos. La vida es un don invaluable que aún los ángeles envidian.


Luego de la oración final, una de mis compañeras, que había estado pasando por un intenso dolor, me pidió que orara por ella, y dispuse mi corazón en ello al tiempo que le decía en susurros para que el resto no oyera:


- Quiero decirte una cosa, yo no tengo poderes especiales, incluso soy un pecador arrepentido. Pero si tú lo crees, y yo lo creo, Él lo hará. (…) Mientras yo esté orando, derrámate a los pies de Cristo. No le pidas, Él ya sabe lo que necesitas. Más bien háblale de lo que te preocupa, y agradécele por lo que esperas, porque ya se ha hecho.


Dije muchas cosas en la Oración, algunas mías, otras de ella, otras de los dos. Y cuando terminé vi que dormía, y todos en la habitación me miraban fijamente.


- Marco… ¿Puedes orar por mí? – dijo uno cuyo carácter no era de los que pedirían algo de esta naturaleza.


- Claro que sí -le dije. Y como no tenía aceite, me puse alcohol en las manos, sintiendo que las tenía demasiado tibias para ser normal. Y le repetí al oído una idea semejante a la que le había dicho a mi otra hermana.


Luego de él, uno a uno me pidió lo mismo, y uno por uno atendí con la alegría de saber que Dios me había ungido como un Doctor del alma. Ninguna distinción en la vida había sido tan gratificante ni me había llenado tanto como la de Servir para que otro ser humano se sintiera bien y tuviera un encuentro personal con Dios. Ese era el propósito elemental de mi nueva existencia… Y de ahora en adelante me entregaría a ella con la misma pasión que escribía mis libros, y cada palabra que dijera sería un anzuelo para que tú, lector mío, escuches la verdad:


Cristo Vive… y te ama.



Departamento de Redacción y Diseño:

Marco Gentile, @REDACTRÓNICA en redes sociales.




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