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Mi experiencia con el Covid-19 / Capítulo 2: Quebranto


Qué fácil se nos hace hablar con Dios cuando nuestra vida está en peligro. Todo nuestro sistema de prioridades se simplifica a tal punto que reconocemos cuánto dependemos de Él. Y no es un reconocimiento intelectual, basado en el convencimiento de que Dios existe; sino la sensación física de que tu tiempo, tu organismo, tu existencia… están literalmente desnudos y en las manos de un ser invisible, al que no puedes entender, ni del que puedes adivinar cuál es su voluntad.


Durante la tarde me había distraído conversando y conociendo a mi nuevo grupo de compañeros, al tiempo que me preocupé por entender cómo funcionaba todo en mi nuevo ambiente; relacionándome con el personal médico, de enfermería, obreros y milicianos. Pero luego de la tanda de antibióticos endovenosos, esteroides, inyecciones anticoagulantes en el estómago, pastillas, gotas, y chequeos con el monitor de signos vitales, me sorprendió la noche, y con ella, un silencio expectante que a todos nos hundía en las más serias contemplaciones.


Para salir de mi estado depresivo abrí la maleta que tenía en el suelo y saqué mi Biblia. Al abrirla descubrí otro síntoma del “Covid moderado”: No podía leer ni un solo verso. Entonces busqué los lentes y al colocármelos miré por encima de la montura, y noté que la “Colmena” entera me estaba mirando como si yo hubiera sacado una exquisitez de mi maleta, y ellos tuvieran un hambre de tres días.


- ¿Quieren que les lea un capítulo? -les dije con sincero respeto.

- Síii -dijo la gran mayoría, y los que no lo dijeron movieron la cabeza de arriba abajo con entusiasmo.


“Es curioso -pensé para mis adentros-; soy un Gedeón que distribuye Biblias en todas partes, presido una Fundación que evangeliza en 24 países… Y nunca he sentido, hasta hoy, la necesidad imperiosa e impostergable de ganar a un grupo de almas para Cristo…”


Todas estas cosas pensaba con 9 pares de ojos mirándome fijamente, mientras yo buscaba un capítulo de la Biblia que saciara el hambre y la sed de mis compañeros. Cientos de veces había predicado o hablado en público, pero mostrar un Evangelio verdadero, del que mis socios de enfermedad pudieran obtener un gramo de paz, cuando yo mismo no la tenía… Era una situación que me sobrepasó y se convirtió en un peso que me encorvaba.


Entonces vino a mí la ayuda del cielo, en forma de un simple verso… el Salmo 81: “Abre tu boca que yo la llenaré”… Y eso bastó para disipar todo atisbo de miedo o de duda que hubiera en mí.


- Saben… Desde temprano he estado observándolos y me he dado cuenta de que este grupo es muy diverso, en edades, en oficios y pensamiento, y también lo es en sus creencias religiosas; noté que aquí estamos Evangélicos, Católicos, mi amiga, que es Testigo de Jehová, y la gran mayoría no se cobija bajo ninguna denominación. Pero todos, sin temor a equivocarme, creemos en Dios, y ese es un punto inicial para que este grupo se una y enfrentemos esta situación…



Mientras les decía esto, saqué las Biblias portátiles de los Gedeones que había empacado en la maleta. Lamenté en el alma que solo había traído dos paquetes de 5 unidades, pues imaginé que si me llegaban a hospitalizar me encerrarían en un cuarto. Pero allí estaba en una colmena de 10 camas, colocando ese Nuevo Testamento, con Salmos y Proverbios en las manos agradecidas de los enfermos, que las recibían como si les estuviera dando fajos de billetes de cien dólares. Y para sorpresa mía, los pacientes de los cuartos observaban mi ofrenda con esa mirada que tiene la gente cuando le dicen: “Lo siento, atenderemos hasta este punto de la fila”…


A decir verdad, ya no recuerdo el Salmo que leí, pues en mis nueve días de hospitalización recité muchas veces la Biblia en voz alta. Pero nunca olvidaré que el Salmo de esa noche hablaba de la Enfermedad, y de un Dios cuya mano Poderosa podía arrancarte de los brazos de la muerte.


Cuando terminé de leer escuché ese unánime “amén” que entusiasma a seguir hablando a cualquier evangelista, pero entendí que esto que estaba pasando no se trataba de mí, ni de cómo yo podía ser líder, ni de cuánto respeto podía ganar. Aquí estaba presenciando una verdadera y unánime adoración por parte de personas que no se conocían ni compartían una doctrina común. Aquí no había el “Celo” religioso que tanto daño ha hecho en la iglesia de Cristo… Esto era real, la necesidad de vivir era real, y el miedo de agravarse era como un pegajoso barniz que a todos nos teñía.


“Dios mío… ¿Ahora qué hago?” -recuerdo que pregunté ensimismado. Y la respuesta vino de mi propia mente, pero gobernada por algo más poderoso que mi conciencia, y aunque se trataba de un esbozo de pensamiento, lo solté sin reservas:


- La vida no es más que un breve paréntesis en la eternidad, entonces… por qué preocuparnos de lo que está pasando… Lo que debería preocuparnos es… si estamos haciendo algo para que, luego de este paréntesis, podamos vivir con Dios el resto de esa eternidad…

Si ustedes quieren, hagamos una oración que nos permita vivir eternamente, que abra las puertas de los cielos y podamos vivir esa eternidad al lado de Dios.

Se llama oración de Fe, y si ya la hicieron no importa, repítala de nuevo; siempre que la hago me llena de felicidad:


Querido Dios, gracias te doy por la vida. Gracias por enviar a tu Hijo Unigénito, a morir por mí en una Cruz, y sacrificarse en lugar de mí, por mis pecados, los cuales reconozco hoy, y me arrepiento de haberlos cometido. Hoy confieso que Jesús es mi único y suficiente Salvador, que murió y resucitó al tercer día, para el perdón de mis pecados… Y te pido Señor que me perdones, y escribas mi nombre en el libro de la vida, y no lo borres Jamás… en el nombre de Jesús, Amén.


Al terminar la oración abrí los ojos y pude notar que muchos de mis compañeros aún los mantenían cerrados, y en algunos rostros descendía, con elegancia arácnida, una hermosísima lágrima parecida a una pequeña cúpula de plata.


- Ahora somos los “Hermanos Covid” -dije jugando y todos sonrieron.


Y aunque en sus rostros resplandecía la salvación, yo sabía -porque también lo estaba sintiendo-, que la consciencia del pecado había entrado en nuestras mentes, y ahora se avecinaba ese proceso con el que Dios empieza a filtrar el alma, y por el cual, una vez que le entregas tu vida a Cristo, vienen los recuerdos bochornosos y el arrepentimiento verdadero, llevándote al estado más complejo y sanador de todos:

El Quebranto…

(¿Quieres saber cómo se vivió a partir de allí en “La Colmena”?... Sigue esta serie que se publicará los días martes, jueves y sábados, a las 10 am, durante las próximas dos semanas en NotiCristo).



Departamento de Redacción y Diseño:

Marco Gentile




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