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Mi experiencia con el Covid-19 / Capítulo 1: Angustia


Un buen día empecé a sentirme extraño; era como si olvidara respirar y no sintiera la necesidad de volver a hacerlo. Estaba muy débil y con pulso acelerado e irregular; así que visité a una doctora amiga mía, y ella me dijo que le preocupaba mucho un ruido que escuchó en mis pulmones, y que su recomendación era que fuera a un Hospital Centinela para los casos de Covid-19.


Al llegar al estacionamiento del centro hospitalario encontré un escenario terrible: Tres toldos gigantes guardaban del sol a una centuria de pacientes sospechosos de portar el virus, esperando para ser evaluados, sometidos a la prueba molecular, y despachados o ingresados dependiendo de su estado de gravedad. Lucíamos nerviosos, escuchando el concierto de tos en una multitud de rostros alicaídos, y creo que la mayoría se imaginaba que, si no estaba enfermo al llegar allí; lo estaría cuando se fuera.


La máquina de rayos X se había descompuesto el día anterior, y las placas eran necesarias para el diagnóstico, de modo que me fui a una clínica y pagué 15$ para que me tomasen una placa y así agilizar el asunto. Fui caminando, pero la debilidad me venció y regresé en autobús. Sentía que no podía más y le pregunté a una Miliciana sobre cuál era el criterio para considerarlo a uno como una emergencia… Ella debió notarlo, porque me tomó del brazo y me condujo a una sala de espera donde estaban tres escritorios con sus respectivos doctores y monitores de signos vitales.


El doctor me hizo varias preguntas, le dije que era hipertenso, que tenía un soplo en el corazón, y él se interesó por examinar la placa que traía en la mano. Al verla llamó a su superior y ambos se miraron un segundo… “Es Covid”, se dijeron entre ellos, y me pusieron el aparato de los signos vitales, mi tensión estaba por las nubes, el pulso era de alguien que corría, y la oxigenación, gracias a Dios, era normal. Por lo cual no me ingresaron al ala de pacientes graves sino a el área de los moderados, con un diagnóstico de Neumonía por Covid-19.


Todo sucedió rápidamente, yo estaba muy nervioso pero preparado; la noche anterior había hecho mi maleta, metiendo en ella todo lo que necesitaría si me hospitalizaban, porque Dios me había hecho sentir que algo muy grande se avecinaba a mi vida. De modo que me despedí de la manera más romántica de mi esposa, y besé la frente de mi hija por si no volvía a verlas.

Y mientras el médico de guardia me pedía que lo siguiera, yo subía las escaleras con el corazón en el cuello, observando decenas de pequeños cuartos aislados, con personas boca abajo, luchando visiblemente por encontrar bocanadas de aire; sus miradas eran la bienvenida más lastimera que yo había visto, y todas ellas reflejaban una angustia difícil de describir…


Recorrimos varias áreas buscando una cama vacía pero el lugar estaba atestado de enfermos, y al final del pasillo encontramos lo que me pareció un salón grande al que llamaban “La colmena” pues tenía dos filas de 5 camas enfrentadas, y esto le daba un aspecto similar a una colmena de abejas.


El doctor se fue prometiendo que me haría el ingreso en un rato, y me dejó con mis nuevos compañeros; hombres y mujeres con el mismo gesto de angustia, pues la mayoría habíamos sido ingresados ese mismo día.


Mi pulso había llegado al punto de hecatombe, pero no quise decirlo porque una señora me dijo que a los “malitos” los transferían a la UCI, y de allí no regresaban….


Al parecer, ese era el punto focal de la vida en “Las Colmenas”, pues varias veces al día o de la noche, se escuchaba el protocolo de traslado para algún paciente grave a la UCI. Entonces el rumor avanzaba de cama en cama, extendiéndose por susurros con el que tenías más próximo… Y en el aire se sentía la toxicidad del miedo, el espanto, la proximidad de la muerte.


(¿Quieres saber qué pasó en “La Colmena”?... Sigue esta serie que se publicará los días martes, jueves y sábados, a las 10 am, durante las próximas dos semanas en NotiCristo).


Departamento de Redacción y Diseño:

Marco Gentile


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